Antes de que empiece el recorrido, está este momento. La puerta del taxi apenas abierta, la ventana abajo, el inicio del sendero de piedra que lleva al Parque Arví. Una escena simple, cotidiana, pero cargada de la expectativa de lo que viene. Desde ahí, entre el vidrio y la sombra, veo el borde de la vegetación, árboles y arbustos que esperan silenciosos, como guardias del bosque.
Esta ventana es una frontera, una línea fina entre la ciudad y el monte. Un instante que se siente suspendido, justo antes de entrar en otro ritmo. No es solo un paisaje; es una invitación a cruzar, a dejarse llevar por esa primera sensación de libertad.